viernes, 27 de noviembre de 2015

María Guadalupe Ramos: La Educación en Valores.




María Guadalupe Ramos: La Educación en Valores.

Prof. Gerardo Barbera








RESUMEN
Este trabajo es un ensayo sobre el problema de la educación en valores como tema central de las propuestas educativas y axiológicas de la Profesora María Guadalupe Ramos. Este ensayo es una breve presentación de las ideas fundamentales de la ética trascendental en función de la educación de la persona en todas sus dimensiones antropológicas. La profesora Ramos presenta una antropología integral, en donde el hombre se entiende principalmente como ser espiritual y creyente en Dios Padre, como marco del sentido de la vida del hombre y de la humanidad, más allá de la superficialidad consumista que se presenta actualmente como horizonte del éxito personal.

Palabras Clave: Educación en Valores, Dios, Trascendencia.

MARÍA GUADALUPE RAMOS: VALUES EDUCATION

ABSTRACT

This paper is an essay about the issue of Values Education as a central subject of Professor Maria Guadalupe Ramos´ educational and axiological proposal. This article is a brief presentation of the fundamental ideas of transcendental ethics on the basis of the education considering anthropological dimensions. Ramos introduces an integral anthropology where the man understood primarily as a spiritual being and a believer in God. These ideas are presented within a framework of man and their life humanity sense beyond the consumer superficiality that is presented today as personal horizon “success”.
Key words: Values Education, God, Transcendence.



María Guadalupe Ramos: La educación en valores

La dimensión del pensamiento filosófico que se ha convertido en el reto de esta generación, consiste en la discusión sobre las alternativas de propuestas sociales y de sentido de la existencia personal. En consecuencia, dentro del marco de este siglo que comienza, la cuestión moral surge en un primer plano como cuestión existencial. Por tanto, antes de entrar en los problemas políticos, económicos y educativos, se hace necesario situarse ante las opciones ontológicas, ya sea desde un mundo fundamentado en lo trascendente, o un universo material reducido a su inmanencia, como fundamento de la existencia moral.
Es decir, la moral, las opciones axiológicas y la vivencia de los valores, responden a fundamentos ontológicos, que determinan el sentido de la existencia personal y el sentido teleológico de los proyectos sociales, que se hacen realidad en las acciones políticas, donde la propuesta antropológica puede que se reduzca a la lucha por el consumismo, donde el hombre de éxito, sería quien más consume.
De hecho, el tema de los valores, y en consecuencia, la educación en valores, al menos, supone opciones ontológicas trascendentes o inmanentes que la fundamentan como propuesta ética y políticas, y así se hacen vida en una comunidad existencial concreta e histórica. Este fundamento ontológico está manifiesto en todo el sistema educativo que se propone desde el mismo seno cultural de la sociedad. Así, entre los temas más necesarios mencionados en el área de la educación, en función de los retos propios del proceso de globalización cultural que viene imponiendo la cultura occidental dominante, destacan los referidos a las propuestas en torno a la reflexión acerca de la posibilidad de la “Educación en Valores”, desde una realidad comunitaria y concreta, como el modo existencial cotidiano de reflexionar sobre el verdadero sentido de la vida personal y social en búsqueda de lo que Ramos, M (2001) indica como reflexión sobre la propia vida:

La educación pasa también por una crisis que más de valores, es de desvalorización, como la sociedad en la que tiene su marco referencial. Se vive hacia fuera, asomado al mundo de las cosas, olvidado de buscar los valores que, en cada una de esas cosas, hechos y personas existen y conviven. El hombre moderno vive más hacia fuera, que interiorizando los hechos, pensando más tecnológicamente que humanamente. Son los signos de la postmodernidad; rapidez, innovación, poca reflexión sobre la propia vida” (p.247)

 En lo esencial, la dimensión moral del hombre ha sido un elemento determinante en la historia política, económica del pensamiento y de la cultura de los pueblos occidentales. Así, pues, desde el nacimiento de nuestra cultura en la antigua Grecia, la ética surgió como la reflexión filosófica acerca de las razones que fundamentan las diferentes opciones de marcos morales, que se propusieron como razones del sentido de la vida y, de modo especial, de la práctica política y de la estructura total de la sociedad, como justificación de las guerras contra los más débiles.
Es decir, todo imperio justifica moralmente la esclavitud de los vencidos. Por tanto, la ética de la sociedad del siglo XXI tiene que ser sincerada en función de una realidad cada día más justa, más humana. De aquí, la importancia de la formación de una conciencia justa y recta moralmente, y esto es un proceso educativo de formación en valores.
 Es por ello que toda reflexión realizada como fundamento de una moral propuesta, presenta, de manera implícita o explícita, una concepción antropológica y social dentro de una opción trascendental o inmanente como razón de la existencia. En otras palabras, la ética fundamenta el modo real de vivir y entenderse como seres  humanos, quienes siempre actúan desde sus propias valoraciones adquiridas en la vivencia desde la cultura de su comunidad determinada en tiempo y espacio concretos. Las valoraciones son éticas y existenciales que se adquieren en un proceso educativo formal e informal. La valoración ética es esencial al hombre, y éste la adquiere por aprendizaje.
 Sin embargo, la construcción de una consciencia sobre el sentido de la vida y de las opciones morales no se da de manera automática, ni en dirección lineal, sino en una relación existencial, concreta y compleja a través de un proceso de socialización o de educación. Las concepciones éticas, antropológicas, ontológicas y epistemológicas se construyen en estrecha relación compleja, como la vida misma, en función de la felicidad existencial.
La educación en valores se da en la historia de vida personal y comunitaria. La valoración ética no se reduce a la abstracción de principios morales, se trata de la vida misma. De hecho, Ramos, M (2004) concibe la formación moral como condición del saber vivir y de la verdadera felicidad: “La felicidad es para quien sabe vivir, la fuente de valores que sin duda alguna se transmitirán con la propia vida (…) Si supiéramos mirar siempre al cielo, terminaríamos por tener alas” (p.183)
En lo esencial, la concepción antropológica que fundamenta las diferentes posturas éticas, determina la moral concreta que se plantea como camino ideal del hombre y de la humanidad, pero, además, se da esa relación en sentido contrario. La vida es complejidad en sí misma y transciende los pretendidos análisis lógico-racionales. En las opciones filosóficas y existenciales no se dan las relaciones matemáticas, lógicas y racionales de causa y efecto, sino la complicada construcción en la vivencia cotidiana de un proyecto de vida con sus aciertos y errores.
 Por tanto, la comprensión de una propuesta Ética o de Moral, tendría que realizarse desde la hermenéutica como opción epistemológica de comprensión, entendida como interpretación del sentido de la vida que el autor propone, lo que sugiere el estudio hermenéutico de los fundamentos ontológicos, antropológicos, epistemológicos y morales que se encuentran como pilares de las propuestas éticas, es decir, la comprensión de las propuestas éticas de un autor, se construye desde el análisis filosófico y existencial de las mismas. No se trata de pretender ser objetivos, neutros o imparciales; sino, de buscar el sentido existencial que propone el autor en los textos de ética.
 En efecto, es innegable el hecho de que estamos viviendo en una sociedad sin brújulas claras en cuanto al sentido moral de la existencia. Sobrevivimos sumergidos en un mar de caprichos morales. Nos encontramos existencialmente en un agujero de incertidumbre y de relativismos fundamentados en la supuesta libertad individual, o la proclamación del egoísmo absoluto como sentido de la vida, de la historia personal y comunitaria. Así, pues, los grandes mensajes de carácter religioso y los sistemas de naturaleza ideológica, se encuentran en crisis, o por lo menos, en lo que se refiere a la vida concreta de las personas, han perdido su influencia orientadora. La educación en valores es un problema urgente de vida o muerte de la humanidad. O se educa para la vida, o se vive para la muerte.
 La cultura occidental está viviendo una época de incertidumbre moral, donde el hombre se siente como arrojado a un mundo desconocido y sin reglas de vida, tendiente al vacío y al absurdo existencial. Cada persona se encierra en sus propios problemas, en su propia casa, en su propia familia, pero hasta ahí, se huye al compromiso con el vecino, la solidaridad y la fraternidad parecen no tener sentido. La competencia a muerte por el éxito personal corrompe la estructura moral del hombre actual. Este hecho de la crisis en cuanto al sentido de la vida es perturbador y conlleva al hombre a hundirse en un mundo de hambre y muerte para la mayoría y de consumismo absurdo para la minoría. Pero, en fin, es el absurdo quien devora la existencia del ser humano al comienzo del nuevo milenio.
La propuesta de Ramos, M (2005) es la educación centrada en el ser humano, en sus cualidades, en sus potencialidades: “Quizás, si nuestra manera de educar es humanista, creativa, liberadora, motivadora y tolerante algún día, a alguno de nuestros alumnos, aún cuando no recuerde nuestro nombre, se le oirá contar a alguien: Había una vez un profesor... una profesora... y será bonito escuchar la historia que contará” (p. 1)
El síntoma más evidente que nos muestra el nivel de crisis de la sociedad del siglo XXI, se encuentra en el relativismo moral y epistemológico. Este relativismo actual a veces parece absoluto y se proyecta como solución, o como opción desesperada ante el problema del sentido de la vida, dentro de una concepción de la libertad absoluta del individuo, el cual es interpretado como una mónada, o si se prefiere, como una abstracción, una idea solitaria e independiente en sí misma, y por lo tanto inexistente. El “Yo personal” se ha convertido en el centro del universo, en el único criterio para el bien y para la verdad, lo verdadero y lo bueno dependen del capricho o de la opinión personal. Actualmente, carece de sentido hablar de iglesias, o de Dios.
El hombre se cree amo del universo. A veces se le olvida que sin Dios no sería más que un simple mortal, un animal de este solitario planeta. Sin embargo, más allá de la concepción ideológica o pragmática que la persona tenga de sí y de la sociedad, el hombre es en sí relación con lo otro. Desde que es concebido hasta la muerte el ser humano existe siempre en complemento con el otro, y con lo otro. La persona es un sujeto con identidad y personalidad propia, pero, esencialmente en relación con los otros. De ahí, que la vida es compromiso social.
 La vida nace, crece, se desarrolla y trasciende en un ámbito social y comunitario. De modo, que el egoísmo es la negación de la naturaleza humana. La vida es relación, el egoísmo es la muerte. En cierto modo, desde la perspectiva conceptual antropológica, el tema del compromiso social se ha apartado de las reflexiones éticas o morales, y hasta de algunas concepciones religiosas. Vale decir, la lucha por el consumismo produce el egoísmo y el no-compromiso. Al entrar en crisis las grandes religiones y los grandes sistemas ideológicos, como fuentes seguras y aceptadas universalmente como sentidos de la existencia, la salida no ha consistido en hacer desaparecer todo elemento religioso ni todo sistema ideológico, sino, por el contrario, aparecen religiones para todos los gustos, ideologías políticas para cada cual y, sobre todo, valores morales ajustados al capricho de cada persona. En definitiva, el relativismo moral hace surgir el capricho personal. Luego, todo: religión, moral, política, educación, comunicación, ciencia…, se subordina al capricho personal. Y el capricho personal no construye, lo destruye todo.
Según Ramos, M (1997), la vida no puede consistir solamente en la eterna lucha del hombre contra el hombre, en un afán de consumismo desenfrenado basado en el relativismo personal, se hace necesario educar en valores reales de compromiso social: “Debido a esto, y al mundo cambiante y convulsionado que se debe vivir, surge la llamada crisis de valores, a la que la educación durante el desarrollo de su historia, ha querido dar respuesta, y que en este momento se convierte en una necesidad impostergable”. (p.15)
 El relativismo epistemológico, donde cada cual tiene su propia verdad, y el relativismo moral, donde lo bueno y lo malo depende del gusto personal, se fundamentan en una antropología del egoísmo radical en nombre de la libertad. Desde esta opción axiológica, la concepción acerca de la naturaleza del ser humano sería algo inexistente, un vulgar engaño al servicio del consumismo capitalista, que desprecia cualquier intención de compromiso social, negando a la humanidad el sentido trascendental de su historia, porque el relativismo epistemológico y moral nacen y mueren en el gusto subjetivo, y a veces caprichoso del individuo que valora.
 Así, pues, valoración y valor ontológico coinciden para quienes optan por el relativismo axiológico y epistemológico. De hecho, desde la antropología del egoísmo todo parece terminar con la muerte, de ahí que la vida consista en consumir y disfrutar lo que se pueda, mientras se pueda. El absurdo se convierte en el vacío del sin sentido de la existencia placentera que termina con los primeros síntomas de la vejez.
 En efecto, dentro del campo moral de esta sociedad en crisis que presenta el relativismo ético como horizonte de vida, la formación ética y moral del hombre en función de su ser siempre en relación con el otro, desde una vida de compromiso y solidaridad, es urgente. Por tanto, la formación de una consciencia capaz de opciones valorativas, se convierte en una tarea prioritaria y necesaria dentro del área educativa, se trata de formar a la persona para la valoración axiológica que trascienda lo meramente consumista y mercantil, en una sociedad tiránica en donde el éxito se reduce a lo económico.
En el fondo, Dios se convierte en la razón de la existencia del hombre, en cuanto fundamento moral de la vida personal y social. Por otra parte, no se puede cerrar los ojos frente a la realidad y pretender que el relativismo no existe, el compromiso comienza en la vida y en la conciencia de cada educador. De lo que se trata es de educar a las personas para que sean capaces de formarse en la dimensión de los valores, dentro de la sociedad real y no en la vivencia ilusoria de una sociedad irreal, pero enajenante. La cotidianidad exige el compromiso a favor del desposeído. El rostro del marginal nos llama al compromiso ético.
En tal sentido, la profesora Ramos (2000) indica en cuanto a la urgencia de la necesidad de la educación en valores, lo siguiente:
Se ha dicho que el problema de la Educación en Valores, no es nuevo y eso resulta fácil demostrarlo, lo que no resulta fácil, pero si urgente, es la necesidad imperiosa de promover el conocimiento sobre un tema tan trascendente, cuando la sociedad necesita cambios profundos en función de hacer emerger un nuevo modo de vida, para enfrentar la globalización, la pluriculturalidad y las transformaciones que la Postmodernidad impone con su ausencia de valores éticos-morales. (p. Xiii)
Se trata de determinar hasta qué punto es posible educar en valores trascendentales y no en valores consumistas y materialistas, que producen y se alimentan de una antropología del absurdo, cuyo sentido existencial se centraría en la oscuridad de la tumba. De este modo, el problema nos lleva a reflexionar en cuanto al cómo enseñar la vivencia de valores y en relación al contenido trascendental de las propuestas axiológicas desde la fe en Dios.
De modo, que las propuestas educacionales presentadas por Ramos, M, se van a centrar en dos dimensiones claras: acerca del método y en torno a un marco referencial de valores que apunten hacia todas las dimensiones esenciales del ser humano entendido como complejidad existencial. En el fondo se presenta una propuesta antropológica que puede ser fomentada desde el área de la educación formal, de ahí los cuatro elementos que conforman el horizonte antropológico propuesto: Aprender a Ser, Conocer, Hacer y Vivir en Sociedad. Pero desde una dimensión cristiana fundamentada en la presencia de Dios. Para Ramos, esa presencia transformadora de Dios Padre en el corazón del hombre sería el horizonte de una nueva humanidad. Dios es la razón de la existencia. Sin Dios el hombre se pierde en la oscuridad del absurdo y de la existencia vacía, sin sentido.
 Efectivamente, la tarea consistiría en dar un enfoque formativo, cristiano y trascendental al proceso educativo. No puede haber verdadera educación en valores, sino se fundamenta en la existencia y presencia real de Dios. En concreto, la educación escolar procura la formación integral de la persona, por tanto, no puede consistir solamente en transmitir información necesaria para adaptarse al mundo consumista. Ni siquiera se trataría de una educación en valores universales de corte meramente históricos y sociales en la procura de lo que algunos han llamado valores mínimos de convivencia. La educación se plantea como un proceso trascendental, en cuanto a sus objetivos y en cuanto a su alcance, la educación escolar no se puede reducirse a un sistema de talleres instruccionales.
No es suficiente producir conocimientos, sino formar personas. Por eso, Ramos, M (1999) nos acerca a su propuesta sobre el sentido cristiano y real del proceso de educación:
 La educación es la llamada a dar respuesta a esta situación cambiante, porque es la posibilidad de realización de los ideales humanos. La educación tiene fines inmanentes que influyen directamente en un grupo determinado, y fines trascendentes que sobrepasan el grupo concreto y abarcan ámbitos universales y sobrenaturales. Este ámbito de trascendencia es el que ha sido relegado, quedando de lado en la práctica educativa, situación que ha dado como producto, una educación desvalorizada y desvalorizadora, donde la experiencia de vida, los valores que dan sentido a las costumbres, a los hábitos, a las tradiciones, y hacen que los seres humanos se sientan orgullosos de su idiosincrasia, su identidad y sus capacidades personales, han desaparecido. (p.18)

 De hecho, la profesora Ramos nos presenta una constante en todas sus obras: siempre giran en torno a la importancia de la Educación en Valores Trascendentales de cada uno de los miembros de la sociedad, como condición necesaria de su educación integral. El hombre se entiende como vocación a lo trascendental, como superación de la muerte biológica, como esperanza de resurrección. El hombre es concebido en el pensamiento de Ramos como Imagen de Dios. En lo esencial, solamente a través de este proceso de aprendizaje significativo, se puede transformar al ser humano, y en consecuencia comenzar con la transformación de la sociedad.
Así, pues, la esencia del cambio radica, en un primer momento, en la toma de conciencia sincera y de consecuencias reales de la importancia de educar en valores, que puedan trascender el camino de la locura de esta sociedad centrada en valores utilitaristas y consumistas, en donde el pobre, el débil, el enfermo, el anciano, simplemente estorban. La fe en Dios es considerada como la fuente de la trascendencia de la valoración axiológica. En efecto, el tema de la educación en valores se le considera como algo urgente y necesario.
En este sentido, siempre existe el discurso formal y a veces hasta hipócrita, sobre la necesidad de educar. Pero no se hace nada o muy poco al respecto, todo queda en el deseo de cambio, tal vez, debido a que el Estado está secularizado, pretende educar sin tomar en cuenta la existencia de Dios como iluminación espiritual y humanista de la ética cristiana. Sin duda, la verdadera educación en valores es vida y transformación espiritual, que comienzan con el propio proceso de concientización vital de esta necesidad de educar en valores, y de ver en este proceso el inicio de transformación hacia una sociedad más justa. Por consiguiente, la propuesta educativa de Ramos, M (2000) siempre es trascendencia de la inmediatez propuesta por la sociedad de consumo, desde una antropología espiritual:

Educar en valores, puede sacarnos de este vivir la inmediatez (signo inequívoco de la Postmodernidad), para profundizar en las raí- ces de los principios universales, familiares y personales. Educar el conocimiento y a la vez el interior de la persona. Educar para la vida, será educar lo valioso que tiene la vida; educar los valores vitales, es no contradecir la cosmovisión existencial de la persona, sino orientarla hacia la consecución de sus más elevados ideales. Con esto se ratifica una vez más que la Educación en Valores no es una opción más o menos aceptable, no, es la OPCION por excelencia; de optar por una educación así, se habrá escogido la mejor parte, un camino tan amplio como difícil, tan halagador como comprometedor, pero al fin, el camino que encauzará la vida propia y la de los que se convive en relación, pues hay que tener presente que la vida se encoge o se expande en proporción al valor con que se viva. (p.22)

 Ahora bien, la práctica educativa que se requiere para la enseñanza y vivencia de valores cristianos está orientada hacia la formación de la persona, en cuanto a su ser espiritual, integral e indivisible, lo que significa formar el carácter, o si se prefiere, la personalidad. De modo, que el proceso educativo trascienda cualquier tentación de pragmatismo puro, que reduce y determina el aprendizaje como una sumatoria de habilidades demostrables, que poco o nada tienen que ver con el sujeto y su intimidad, en donde la inteligencia se reduce a la capacidad de resolver problemas. Por tanto, la formación en valores es creación de consciencia de la verdadera vocación espiritual del ser humano hacia una realidad de vida más humana, de encuentro y fraternidad, como verdaderos hermanos y habitantes de un mismo hogar.
 Además, el pragmatismo absoluto presenta como problema o sentido de la existencia, la lucha contra todo y contra todos por alcanzar el poder, el placer y el tener, como horizonte axiológico de una existencia que se entiende como mero proceso biológico inmanente, y cuyo fin sería la oscura noche de cualquier cementerio, o la soledad existencial más profunda que ninguna moneda pueda solventar. La vida es amor, el sentido es amor. Y el amor no es solamente poder, tener y placer. En todo caso, la formación en Valores propuesta por la profesora Ramos en sus libros, sugiere una concepción antropológica mucho más amplia, basada en la responsabilidad del acto libre como dimensión esencial del ser humano.
El hombre en sí mismo es la eterna opción frente a la realidad. La conciencia es interpretación y elección, y requiere la orientación en cuanto a sus posibilidades de realización, de ahí la necesidad de educar en valores desde la misma niñez y adolescencia. Es claro, la vida es opción, y la opción siempre es valorativa; es una decisión personal que se realiza desde una “libertad humana”, vivida dentro de los límites de la condición humana. La libertad del hombre es limitada, es centrada en su propia naturaleza. Pretender la infinitud de la libertad del ser humano puede llevar al hombre a la alienación de su propio ser. Sin embargo, no se trata de una libertad basada en el capricho, lo cual sería favorecer el relativismo y la inmediatez, que generalmente concluye en una existencia vacía y sin sentido, en donde el otro se reduce a un objeto, que es tal vez el poder ontológico del egoísmo, convertir al otro en cosa, negándole su ser como persona y su dignidad espiritual. Así, pues, Ramos, M (2000) presenta su opción antropológica:

El hombre al que se pretende formar, del latino “homo”, significa “el nacido de la tierra”; su esencia etimológicamente es esa: la tierra. De las cosas terrestres, el hombre se eleva para adentrarse a un mundo superior, pues se descubre a cada paso su grandeza incomparable. Su doble dimensión se expresa primero por su ser corpóreo, el cual, explicado por sí solo, conduce al surgimiento de un materialismo antropológico que desfigura su verdadera esencia; es miembro de la naturaleza pero le corresponde una vida espiritual intrínsicamente independiente de cuanto sea corpóreo. La vida espiritual por lo tanto, representa el más elevado grado de vida, porque transciende los límites materiales. (p.54)

En efecto, la intención de este marco antropológico consiste en fundamentar la teoría de los valores en el desarrollo integral del ser humano. De hecho, en el centro de sus ideas, para la profesora Ramos un marco de valores tiene como objetivo precisamente el desarrollo de todas las dimensiones del ser humano y ninguna ideología puede mutilar estas dimensiones, y luego pretender que favorece el desarrollo del hombre, o del “humanismo”.
 El hombre sin espíritu, sería un animal más de este planeta insignificante de un universo deforme. Es por ello, que en este marco antropológico propuesto como fundamento de una educación en valores, el hombre es visto ante todo como un ser espiritual, entendiendo que es capaz de trascender los límites de la materia, ir más allá de la simple satisfacción de sus necesidades biológicas y sociales. El hombre se vive como Imagen de Dios. El hombre en cuanto tal se presenta con vocación de infinitud y de filiación al Absoluto.
Para Ramos (2000), el hombre es hijo de Dios, imagen de Dios, criatura de Dios, que viene de Dios, vive en Dios, espera en Dios, y vivirá para siempre en Dios Padre: “El hombre, hecho a imagen de Dios, a pesar de su múltiple estratificación, presenta un conjunto unitario. Es armónico total. La naturaleza espiritual que el hombre posee, le hace intangible y peculiar, le da personalidad. Esto trae consigo la obligación de respetar sus derechos fundamentales”. (p.65)
Por otra parte, los planteamientos de la profesora Ramos en sus libros no son solamente de carácter teórico. Es decir, no se trata de crear teóricos morales, sino de educadores que trabajen con niños y jóvenes desde una visión realmente humanista, centrada en las dimensiones espirituales como sentido de la existencia. La teoría está en función y en relación con la vida del docente y de los alumnos, solamente desde el hacerse de todos los días, el hombre se hace estructuralmente moral.
De esta manera, la Educación en Valores sugiere la presencia protagónica y comprometida de los docentes de aula. Se trata de un educador que viva de manera especial su ser docente desde la dimensión formativa, que entienda y viva su labor como una vocación especial, que implica que su misión y vocación esencial consiste en educar en y desde los valores a sus alumnos, para que éstos sean capaces de formarse para el diálogo en un marco de valores que desarrollen todos los elementos de su personalidad espiritual, de manera que la vida y el hombre en sí mismo tengan sentido personal y social centrado en Dios Padre de todos los seres humanos sin ningún tipo de distinción.
El hombre es sujeto que se transforma hacia lo trascendente, desde una realidad concreta y comunitaria. El hombre es consciencia personal y es pueblo. Es individuo y comunidad. Sin embargo los problemas y los interrogantes surgen: ¿Estarán los educadores en capacidad de asumir la responsabilidad de impartir una educación formativa como la que hoy se necesita? - ¿Tendrán un conocimiento claro del lenguaje adecuado para educar en valores, capacidad de caracterizar los valores propios del sistema democrático y más concretamente los que están implícitos y explícitos en el ámbito del Sistema Educativo venezolano? - ¿Los educadores y las educadoras habrán sido formados de acuerdo al perfil que debe caracterizarlos para la educación de hoy y poder desarrollar las estrategias didácticas adecuadas?
Estos interrogantes planteados por Ramos indican el contenido de su obra. Todas las propuestas giran en torno a la formación de los docentes como los agentes naturales, llamados por vocación específica a la transformación y educación moral de los alumnos. La propuesta del Modelo Instruccional se encuentra insertada en el mismo corazón del educador en concreto y desde la realidad del Sistema Educativo venezolano. Hoy, nos hace falta Guadalupe, su caminar alegre por los pasillos de la Facultad de Ciencias de la Educación. Pero su mensaje nos ha quedado: La Educación en Valores Trascendentales es la principal tarea de todos los educadores.

Bibliografía
 Ramos, M (1997) Programa para educar en valores, Desarrollo de estrategias para educar y enseñar a educar en valores. En Revista Ciencias de la educación Nº 14 (1997) Venezuela: UC __________ (2000) Para educar en valores. Valencia, Venezuela: UC
 __________ (2001) Modelo Instruccional: Estrategias didácticas para la educación en valores. EDEV. En Revista Ciencias de la educación Nº 17 (2001) Venezuela: UC

__________ (2001) Educación, Creatividad y Ética profesión. En Revista Ciencias de la educación Nº 18 (2001) Venezuela: UC _______ (2004) Valores y Autoestima. Valencia, Venezuela: UC

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